He dejado tiempo para escribir una entrada sobre el proyecto de la Wikilengua. Me parecía razonable ver cómo evolucionaba y se asentaba antes de escribir sobre ella.
Lo que tengo claro a día de hoy es que hay mucho trabajo detrás. No sé si son becarios o profesionales (la diferencia está en lo que les paguen y si tienen o no contrato), pero los que conducen el día a día de la Wikilengua le ponen ganas e interés. Por otro lado, que haya una herramienta más en torno al español es algo plausible que nos ha de alegrar a todos. Si además tiene una declarada intención didáctica y útil, miel sobre hojuelas.
Desde mi experiencia como usuario el problema reside en el “para qué” se ha creado: ¿cuál es el objetivo de la Wikilengua? Si es para aclarar dudas, ¿no está el Panhispánico (que da la versión de las academias)?, si su intención es describir ¿no está para ello la gramática de Demonte?... Da la impresión de que los responsables quieren centrar el proyecto en torno a lo obvio: lo normativo; y olvidan otros campos: la fonética, la dialectología, la pragmática, la sociolingüística, la antropolingüística… Disciplinas recientes y no suficientemente presentes en la red hispana.
Esperaba que los administradores fueran cubriendo estos huecos. Como no fue así, me apunté al proyecto para ayudar a enmendarlo... Y aquí abrimos el segundo paquete de “peros”.
Un wiki es una herramienta de la web 2.0, producto a su vez de la sociedad de la información, ya enunciada por Bell en los años 70, por lo tanto vive en la horizontalidad, no en la jerarquía, y de la libertad de sus colaboradores, no de la sutil coherción. Nada de esto se cumple en la Wikilengua, como otros también han mencionado, que sigue las principos de la sociedad industrial: alguien superior decide si eres o no apto, siguiendo criterios imprecisos y opacos, para participar en el proyecto.
Ser 2.0 no es utilizar ciertas herramientas tecnológicas como un wiki; es la sociedad la que produce las herramientas que necesita y no al revés. Da la impresión de que los responsables de la idea no han asumido qué es la sociedad de la información ni sus principos éticos, simplemente se han dejado arrastrar por una moda cosmética, pero muy geek, eso sí, nada infrecuente en los tiempos que corren. Si sumamos una indefinición de los objetivos, creo que la Wikilengua malvivirá insuflada por los patrocinadores, pero nunca llegará a ser lo que pudo haber sido.
Ojalá me equivoque.
ACTUALIZACIÓN:
Parece que las críticas hacen efecto (y yo me equivoco) y se está intentando enmendar los errores evidentes. Sigan, no sean cobardes: eliminen cualquier restricción, sean 2.0.
Extracto del mensaje de los administradores de Wikilengua:
Estimado usuario de la Wikilengua:
[...]
Si se registró con un nombre real, puede ahora si lo desea hacerlo con otro.
Si solicitó el registro con un seudónimo, lo más probable es que recibiera un mensaje en el que se le comunicaba que no cumplía ciertos requisitos [yo no lo hice, también lo recibí](salvo en los últimos días, ya que se decidió parar el proceso mientras se estudiaba).
El registro y la confirmación de la dirección de correo electrónico siguen siendo obligatorios para modificar artículos, pero ya no se pasa una revisión previa para filtrar las peticiones. Si tiene ya una cuenta con un seudónimo, todo lo que tiene que hacer ir a sus preferencias y pulsar en la confirmación de la dirección de correo. Naturalmente, las páginas de comentarios siguen abiertas a todos los usuarios, incluidos los anónimos [faltaría más].
En España tenemos, convencionalmente, dos variedades lingüísticas claras: la septentrional y la meridional. Las separa una línea inexistente, pero útil desde el punto de vista didáctico, que va entre Extremadura y Castilla, atraviesa Madrid capital baja hacia Cuenca para llegar al Mediterráneo a la altura de Alicante. Dentro de la variante meridional, conviven dos dialectos: el canario y el andaluz. Éste, a su vez, se divide claramente en la variedad oriental y la occidental. Además, hay que señalar la evidente preencia de dos hablas con fuerte persoanlidad: el murciano y el extremeño, en todos sus grados y diferencias geográficas.
En el norte, cuya forma de hablar se suele identificar con el estándar presente en los medios, se distinguen también el español del País Vasco, de Galicia y Cataluña, por no hablar de las hablas aragonesa y leonesa que se extienden en algunos enclaves más o menos influidos a lo largo del tiempo por el español.
Eso sin mencionar los acentos y las jergas varias...

Pues a pesar de toda esta variedad, aún siguen funcionando los viejos estereotipos entre la población. Para el españolito de a pie «solo hay una manera de hablar bien» que suele asociarse a la forma de Madrid. Otras se emparentan con el atraso cultural, lo rústico, la incapacidad genética y, esto es lo que más me preocupa, un cierto destino hacia la pobreza o la incapacidad intelectual.
¿Por qué cuando pensamos en un científico nunca le ponemos acento andaluz? ¿Por qué, aún hoy, cuando digo esto en clase algunos alumnos no pueden evitar una sonrisa o reírse claramente?
Si existiera el subgénero de la «literatura lingüística» —no estoy muy seguro de que algunos ensayos no lo sean— El libro del silencio sería su culminación. Para quien trabaja con la lengua y el lenguaje ésta es una novela fundamental; y si lo hace en español, entonces es una obra imprescindible.
Me prometí no hablar sobre literatura en esta bitácora —un día explicaré por qué—, pero creo que no rompo el juramento si recomiendo vivamente esta obra de Ricardo Chávez Castañeda. Desde Valente, echaba de menos esa intención por escarbar en los significados, en el mundo referido que cada palabra esconde. Ecos de Cortázar, de Rulfo, de escritores de serie B y ciencia ficción, como Aldiss, entre otros muchos, se combinan con una voluntad expresa y clara de trascender la literatura evidente, de superar la narración lineal, de explorar los senderos bifurcantes que nos ofrece el instinto del lenguaje con cada verbo.
Ricardo reflexiona y nos golpea con un látigo de sonidos, inmaterial, que percibimos por el rumor que dejan las palabras al ser leídas. Algunos dicen que estamos hechos de agua, piel y huesos. Ricardo demuestra con las peripecias de Jana, en esa tierra que muere a cada paso, que somos artefactos de palabras.
Háganme caso: compren, regalen, degusten este texto, con el mismo cariño con que ha colocado el autor cada oración. Estoy dispuesto a invitar a unas cañas de cerveza al que me demuestre que no es una de las obras más interesantes de estos últimos años.
Y hablando de literatura sobre la lengua y el lenguaje ¿tiene otra sugerencia?
Por cierto, aunque no lo crean, que conozca a Ricardo y solo pueda hablar bien de él no ha influido en esta entrada.
El gentil Adrián me envió esta web con la que me siento identificado en su vehemencia: por Dios, por Himanen o por quien quieran, no acentúen "ti".
Apenas he visto alguna noticia al respecto, pero parece que hay una voluntad seria para reintroducir el español en el sistema educativo de Filipinas del que desapareció en 1987. De momento, es solo un rumor, pero se apunta incluso que pueda llegar a «reoficializarse».
La historia sobre cómo se extiende el español en el archipiélago (especialmente curiosa en Guam) y por qué hoy en día no es hablado, es una leccíón tópica de sociolingüística que nos dice lo importantes que son los factores económicos en la voluntad de hablar una lengua y el papel que tuvo la religión en todo esto.
El español crece a pesar de sus gobiernos, a pesar de sus nacionalismos, a pesar de la política. Crece porque la comunidad de hablantes sigue viéndolo como una herramienta de prosperidad económica.
En fin, veremos en qué queda esto. ¿Se atreve a hacer una hipótesis?
Hace algunos meses hablamos sobre lo fácil que es acentuar en español, pero dejamos el espinoso asunto de los diptongos e hiatos para otro momento. Ese momento ya ha llegado.
Recapitulemos: en español, las palabras que terminan en vocal, -n o -s tienen el golpe de voz en la penúltima sílaba; las palabras que terminan en consonante (excepto -n o -s, claro) tienen el golpe de voz en la última. Las que no cumplen estas reglas, han de tener una tilde para marcar al léctor dónde tienen el golpe de voz. Así de sencillo.
Ahora bien, ¿qué pasa entonces con «traigáis, huésped, línea o aéreo»?... Pues nada porque ellas también están cumpliendo la norma.
En español distinguimos entre vocales cerradas (i, u) y abiertas (a, e, o). ¿Qué pasa cuando coinciden dentro de una palabra? Pues la norma general de pronunciación dice que el golpe de voz tiene que ir en la abierta (las abiertas contiguas siempre son sílabas diferentes), si no, es una excepción y, como vimos arriba, hay que marcar con una tilde dónde lo hemos de pronunciar. Si aplica esta sencilla regla, nunca se equivocará.
No obstante si quiere una explicación más detallada allá va: [Las palabras entre barras marcan su pronunciación y sílabas, no la forma de escritura.]
- Cuando una vocal abierta y una cerrada van juntas forman una sílaba y ponemos el golpe de voz en la abierta (es lógico, es la que tiene más fuerza sonora): huésped=/ués-ped/, ponemos tilde porque no cumple la regla de pronunciación arriba marcada; riel=/riél/ no lleva tilde porque cumple la norma de pronunciación.
- Si una vocal abierta y una cerrada están juntas, pero el golpe de voz cae en la cerrada, es una excepción y hay que marcarlo con una tilde para que quede claro que la cerrada tiene fuerza, en este caso ya no forma una sílaba con la abierta, sino otra diferente: baúl=/ba-úl/ y no /bául/ como sería según la norma; raíl=/ra-íl/ y no /ráil/, por eso ponemos una tilde: para marcar la excepción.
- Cuando dos vocales abiertas van juntas, actúan como sílabas diferentes (tienen mucha fuerza fónica las dos) y se comportan como cualquier otra: aéreo=/a-é-re-o/, ponemos tilde porque no cumple la norma de pronuncación; provee=/pro-bé-e/, cumple la norma general de pronunciación, no lleva tilde al igual que feo=/fé-o/.
- Cuando dos vocales cerradas van juntas ponemos el golpe de voz en la última: Luis=/luís/ no lleva tilde porque cumple las normas.
- Cuando hay tres vocales juntas, triptongo, ya hemos visto que la norma general de pronciación en español dice que el golpe de voz tiene que caer en la abierta, si no, ponemos tilde para decir dónde va el golpe de voz: huía=/u-í-a/ y no /u-i-á/ así pues, tilde.
En general, las palabras que no cumplen la pronunciación estándar en español las marcamos con una tilde, para señalar dónde hemos de poner el golpe de voz .
Entonces ¿qué son los diptongos y los hiatos? En los casos en que dos vocales formen una sílaba, lo llamamos «diptongo», si una de estas sílabas se rompe en dos al no llevar el golpe de voz donde corresponde, hablamos de «hiatos».
Sí, ya sé que pensaba que esto era más difícil e ilógico, pero otro día hablaremos sobre cómo se enseñan las lenguas aún en nuestros días. Luego nos quejamos de lo que dicen los informes...
Recojo el guante de la entrada de Números y alrededores de la que me interesa mucho la idea de la «norma» más que la duda sobre cuándo y cómo escribir los números, que respondo debajo.
Es curioso porque lo que Fernando demandaba en su blog es lo que suele pedir una comunidad de hablantes: necesitan un acuerdo común para entenderse sin ambigüedades: una norma.
La norma se establece basándose en diversas razones: prestigio cultural, riqueza económica, prestigio de la norma de la ciudad frente a la del campo o cercanía al origen geográfico de la lengua, entre otras. En definitiva, una suma de decisiones complejas que los hablantes toman para poder entenderse en aras, casi siempre, del provecho comercial.
Si la lengua es suficientemente grande, suelen crearse instituciones que velan por el mantenimiento de esa variedad más o menos general o estándar (y que nadie habla en la realidad). En el ámbito hispano, la Asociación de Academias de la Lengua Española es la encargada (no la Real Academia Española, que es una más dentro de ella). En el inglés, no hay una institución oficial, sino varias privadas (Webster u Oxford, por ejemplo) que clasifican las palabras en diccionarios y escriben gramáticas tenidas como normativas por los medios de comunicación y la comunidad de hablantes en general.
La norma, como acabamos de ver con Fernando, es bastante útil para calmar nuestra angustia de saber que nos van, y vamos, a entender.
¿A ti también te parece útil la norma?
Ah, respecto a la la cuestión del inicio, el Diccionario panhispánico de dudas de la RAE explica:
1.1. Se escribirán preferentemente con letras:
a) Los números que pueden expresarse en una sola palabra, esto es, del cero al veintinueve, las decenas (treinta, cuarenta, etc.) y las centenas (cien, doscientos, etc.): Me he comprado cinco libros: tres ensayos y dos novelas; Este año tengo cincuenta alumnos en clase; A la boda acudieron trescientos invitados.
b) Los números redondos que pueden expresarse en dos palabras (trescientos mil, dos millones, etc.): Acudieron cien mil personas a la manifestación; Ganó tres millones en un concurso.
c) Los números que se expresan en dos palabras unidas por la conjunción y (hasta noventa y nueve): Mi padre cumplió ochenta y siete años la semana pasada; En la Biblioteca de Palacio hay treinta y cinco manuscritos.
No es recomendable mezclar en un mismo enunciado números escritos con cifras y números escritos con letra; así pues, si algún número perteneciente a las clases antes señaladas forma serie con otros más complejos, es mejor escribirlos todos con cifras: En la Biblioteca de Palacio hay 35 manuscritos y 135 226 volúmenes impresos, 134 de ellos incunables.
d) En textos no técnicos es preferible escribir con letras los números no excesivamente complejos referidos a unidades de medida. En ese caso, no debe usarse el símbolo de la unidad, sino su nombre: Recorrimos a pie los últimos veinte kilómetros (no los últimos veinte km). Cuando se utiliza el símbolo, es obligado escribir el número en cifras (→ 1.2d).
e) Todos los números aproximados o los usados con intención expresiva: Creo que nació en mil novecientos cincuenta y tantos; Habría unas ciento cincuenta mil personas en la manifestación; ¡Te lo he repetido un millón de veces y no me haces caso!
f) Los números que forman parte de locuciones o frases hechas: No hay duda: es el número uno; Éramos cuatro gatos en la fiesta; Te da lo mismo ocho que ochenta; A mí me pasa tres cuartos de lo mismo.
1.2. Se escribirán con cifras:
a) Los números que exigirían el empleo de cuatro o más palabras en su escritura con letras: En verano la población asciende a 32 423 habitantes (más claro y de comprensión más rápida que treinta y dos mil cuatrocientos veintitrés). En algunos documentos, como cheques bancarios, contratos, letras de cambio, etc., por razones de seguridad, la expresión en cifras va acompañada normalmente de la expresión en palabras: Páguese al portador de este cheque la cantidad de veinticinco mil trescientos treinta y ocho euros.
b) Los números formados por una parte entera y una decimal: El índice de natalidad es de 1,5 (o 1.5, en los países que usan el punto como separador decimal) niños por mujer. También en este caso, en cheques bancarios, contratos, letras de cambio, etc., la expresión numérica suele acompañarse de la expresión lingüística: Páguese al portador de este cheque la cantidad de mil doscientos treinta y cuatro euros con veinticinco céntimos. El sustantivo cuantificado por una expresión numérica decimal, incluso si esta designa cantidad inferior a la unidad, debe ir en plural: 0,5 millones de pesos (y no 0,5 millón de pesos).
c) Los porcentajes superiores a diez: En las últimas elecciones votó el 84% de la población. No debe dejarse espacio de separación entre el número y el signo %. Hasta el diez suele alternar el empleo de cifras o palabras en la indicación de los porcentajes: El 3% (o tres por ciento) de los encuestados dijo no estar de acuerdo con la medida. El símbolo % debe leerse siempre «por ciento», no «por cien», salvo en el caso del 100%, que puede expresarse en letras de tres modos: cien por cien, cien por ciento o ciento por ciento (→ ciento, 3). No debe usarse el signo % cuando el porcentaje se expresa con palabras (el tres %). Tanto si se escribe con cifras como con palabras, la expresión de los porcentajes debe quedar dentro de la misma línea: 3 / %, tres / por ciento, tres por / ciento.
d) Los números referidos a unidades de medida, cuando van seguidos del símbolo correspondiente: Madrid dista 40 km de Guadalajara; Mañana se alcanzarán los 35 ºC. No se deben escribir en líneas diferentes la cifra y el símbolo: 40 / km, 35 / ºC.
e) Los números seguidos de la abreviatura del concepto que cuantifican: 5 cts. (‘cinco céntimos’), 45 págs. (‘cuarenta y cinco páginas’), 2 vols. (‘dos volúmenes’). No se deben escribir en líneas diferentes el número y la abreviatura: 5 / cts.
f) Los números pospuestos al sustantivo al que se refieren (expresado o no mediante abreviatura), usados para identificar un elemento concreto dentro de una serie: página 3 (o pág. 3), habitación 317 (o hab. 317), número 37 (o núm. 37), tabla 7, gráfico 15, etc.
Y no, la «o» no se acentúa ni siquiera entre números: es imposible confundirla. Otro mito más.
Nuestra cultura (y el resto) están llenas de tabúes, acciones que no podemos realizar o palabras que no podemos decir sin ofender a alguien o conjurar la mala suerte. Al no poder nombrar el tabú, buscamos otro término en nuestro propio idioma u otro extranjero en lo que acaba siendo uno de los mecanismos del cambio lingüístico. A veces, actos tan cotidianos como comprar la fruta se convierten en un excelente catálogo de dicho mecanismo.
Manzana. Rica y cotidiana fruta. Los estadounidenses dicen «una manzana al día, mantiene al médico lejos», en general, tiene una excelente imagen asociada a la salud («sano como una manzana») y lo innovador (el icono de Apple, sin ir más lejos), pero no fue así hasta hace poco tiempo. Si hacemos una búsqueda en el corpus diacrónico del profesor Mark Davis, «manzana» no aparece en ningún texto hasta entrado el siglo XVII. En el CORDE de la RAE no aparece hasta 1903. ¿Acaso es que no había manzanas antes? Sí, claro que sí había, pero se las llamaba «peros», aún hoy se les llama así en algunos lugares. ¿Por qué dejamos de nombrarlas «peros» para llamarlas «manzanas» y, de paso, cambiarles el género?

Como suele ocurrir en estos casos, la religión tiene la culpa. La manzana, a los ojos de los habitantes de principios de la edad moderna, está asociada al pecado (la comió el inocente Adán por ofrecimiento de la maquiavélica Eva), al diablo, a los enemigos de la religión cristiana: los judíos que hacen ostentación de su consumo para testimoniar su filación satánica. Tanto es así que en algunos textos renacentistas se les llama «peros». La palabra deja de designar a una fruta para convertirse en un adjetivo al que nadie quiere hincar el diente. Rápidamente hay que buscar una nueva palabra, se mira al latín (como no podía ser de otra forma en el siglo XVI) y se rescata el «mazana» del latín «MATIANA». Todos contentos. El único problema es que el étimo latino también era un adjetivo que significaba «mala»... Otro síntoma de los tabúes es que nunca nos podemos librar de ellos.
Sigamos con la fruta. Cereza: pequeño fruto, de rojo intenso que suele crecer por pares unidos. ¿Acaso no están claras las referencias sexuales?, pues en el Renacimiento sí las veían, por eso sus artistas la usaron profusamente para simbolizar la voluptuosidad, el deseo sexual y los placeres en general (véanse los cuadros de El Bosco debajo). Se convirtió en un nombre tabú del que hemos perdido ya la referencia directa. De nuevo, se recurrió al mundo clásico, para pasar de la «guinda» que los visigodos habían dejado en Hispania —a su vez de wīksĭna, (por cierto, de dónde también procede «guindilla»)— al CERESIA, en latín vulgar, que dio «cereza». Si no me creen, busquen, busquen en los mencionados corpus y verán que no es hasta el XIX cuando empieza a usarse con profusión de derecha a izquierda del español.

Por cierto, «izquierda», otro fruto del tabú. En latín tenemos DEXTER y SINISTER, que dan «derecha» y «siniestra» respectivamente. Como saben, en español «siniestro» ha quedado para enunciar a todo aquello que tiene que ver con, de nuevo, el diablo, como la mano izquierda. Los que han sido zurdos antes de los años 80 me entenderán. Pero en este caso, no se recurrió al latín renacentista para enmendarlo. El tabú coincide con la cristianización a finales del Imperio romano de las tierras del norte peninsular de habla, o fuerte presencia cultural, vasca. Así que los recién cristianizados deciden que se van a quedar con el «ezquerra» vasco para no tener que utilizar el término latino que representa lo malo. Buena gana de conjurar la mala suerte.

Hoy en día, el mecanismo sigue actuando sin parar. A algunos tabúes los llamamos con el calco del inglés: «lo políticamente correcto». ¿Se le ocurre algún término que usted no use por superstición o temor a ofender que incorporar a la pequeña lista?